EL HORROR

COLUMNA

Por: Cecilia Romero

El horror es un sentimiento intenso causado por algo pavoroso. El horror vive en la amazonía boliviana donde, en esta década, se están perdiendo 10.400 kilómetros cuadrados de bosque, según datos que reveló la Red Amazónica de Información Socioambiental Georreferenciada. Un número inmenso y terrible. Los estudios siguen, el Instituto Inesad, brinda el detalle de los municipios con mayor grado de deforestación: San José de Chiquitos, Pailón, Cuatro Cañadas, El Puente, Cabezas, Santa Rosa del Sara y San Javier.

Mientras en el país debatimos sobre temas diversos, este que es fundamental aparece de forma ocasional, sin pensar la gravedad de estos datos que se van acumulando con escalofriante continuidad. Este medio de comunicación en el mes de enero brinda información de que Bolivia es uno de los países con mayor deforestación per cápita de la Tierra. Bosques que se pierden para siempre, en todo el mundo somos los que están desapareciendo sus bosques con una voracidad que permite ubicarnos entre los primeros 10 países de un ranking de miedo. Los Tiempos brinda los resultados de la investigación de Lykke Andersen, del Inesad quien afirma que hay tres países del mundo con más deforestación per cápita que Bolivia: Botswana, Paraguay y Namibia.

Así, nublados por contiendas electorales, la corrupción y miserias personales, estamos ignorando sistemáticamente un tema que es fundamental para el buen vivir y atinge a todos. En el país se celebran cumbres, encuentros y demás eventos para debatir sobre la importancia de preservar a la madre tierra, pero en lo concreto, vale decir en la realidad más inmediata, la deforestación es patente, creciente e imparable, basta pensar que mientras se escribe esta columna, los árboles son talados ante nuestra indiferencia, la de cada ciudadano y las instancias de poder que sí pueden hacer cumplir leyes medioambientales.

A pesar de los cuestionamientos de organizaciones regionales y de defensa de la naturaleza, el orden de las cosas no varía. Nuestro país con ese desgastado slogan del “vivir bien” en la realidad los mentados proyectos de “desarrollo” lo que hacen es invadir bosques para construir, por ejemplo, plantas hidroeléctricas. Ante esta sistemática afrenta a lo que es vital, las soluciones son difusas y probablemente vengan tras la vía del desastre.

Quizá la única posibilidad de que el planeta sobreviva a esta depredación sería que nosotros, que nos autoafirmemos como el centro de la creación, generemos una verdadera agenda pública de discusión sobre estos temas y que no se nos responda, cuando uno cuestiona la agenda productiva, que es “el precio del desarrollo” o que el ambientalista es un naif desubicado y, como yapa, otra explicación que he escuchado más de una vez y consiste en que no tenemos porqué seguir siendo el pulmón verde del planeta para que otros se desarrollen.

El horror…para despedir esta columna dejo este dato que no debe ser olvidado: un estudio de la fundación alemana Friedrich Ebert calculó en 2010 que el país pierde anualmente 350.000 hectáreas de bosques. El horror.

La autora es escritora

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