La desagradable aritmética de los déficit fiscales

Por: Juan Antonio Morales

En su columna de opinión (Página Siete –  27/11/2021), mi querido amigo y colega economista Alberto Bonadona critica mi posición de que el actual alto déficit necesita una corrección. El debate de este tema es muy importante y es bienvenido.

Bonadona correctamente menciona que, en el tratamiento del déficit, yo insisto en no hacer peligrar la solvencia, que es un criterio de largo plazo. En efecto, la solvencia del sector público requiere que, si se incurre en déficit ahora y se lo financia con deuda,  se tendrá en el futuro que conseguir un superávit para pagarla, más los intereses. Sostengo también que el déficit peligroso es el estructural. Cuando no es permanente, disminuirá con el crecimiento del PIB y los estabilizadores automáticos. Es así que con la recuperación del crecimiento, una vez controlada la pandemia, y por modesta que fuera en comparación con la de los países vecinos, se recauda más en impuestos internos. El sonriente escenario para nuestras exportaciones de commodities nos trae más ingresos fiscales, directa e indirectamente. Por el lado de los egresos, se puede prever una reducción de los gastos públicos en salud y de los gastos de apoyo a las familias vulnerables. En 2020, todos los países de este valle de lágrimas vieron aumentar sus gastos fiscales. En los Estados Unidos el déficit fiscal llegó a 14,85% del PIB.

El temor de que nuestro déficit fiscal se convierta en estructural tiene base en que desde 2015 lo hemos estado sufriendo, a veces bordeando el 8% del PIB. Excluyo de mi análisis el de 2020 porque tiene un alto componente transitorio. Convencionalmente, se asume que déficit estructurales por encima de 3% son peligrosos para la estabilidad económica.

Los gobiernos de Morales y de Arce arguyen que esos déficit son buenos porque se deben al programa de inversión pública. Hay un viejo debate acerca de si la inversión pública debe ser registrada en su totalidad en el gasto del Sector Público No Financiero o solamente las amortizaciones, como se hace en la cuenta de gastos e ingresos de la contabilidad empresarial. El FMI no acepta este argumento por un principio de prudencia. En todo caso, en las inversiones públicas, hay que distinguir entre inversiones en infraestructura e inversiones en las empresas públicas. Es tamizando las inversiones en empresas públicas (y reduciendo el gasto corriente, que en términos reales ha estado aumentando cada año), que se puede encontrar remedios para restaurar parcialmente la salud fiscal.

Bolivia tiene un amplio espacio para endeudarse externamente, pero para hacerlo a tasas razonables de interés tiene que mostrar un déficit más pequeño. El financiamiento con deuda interna, como se lo ha estado haciendo, tiene el problema de que puede sacarlas de  cancha a las inversiones privadas. Puede también, si crece de manera incontrolada, conducir a un punto en el que el Gobierno ya no pueda colocar más deuda, ni siquiera refinanciarla, y que lo único que le queda es “imprimir dinero”, lo que tiene una dinámica perversa.

Bonadona arguye que como la inflación está baja no hay peligro con altos déficit fiscales. Es cierto que nuestra inflación está aún por debajo de la meta de 2% que tienen los países de economía avanzada. Se puede encontrar varias razones para la baja inflación, siendo una de ellas su control durante muchos años, que ha anclado las expectativas inflacionarias, como lo hace notar Luis Carlos Jemio.

La mayor parte de los economistas han abandonado la idea de que la inflación es un fenómeno monetario, siempre y en todas partes, como decía el muy citado economista americano Milton Friedman. Lo es empero en determinadas circunstancias, como las que se  tuvo en las hiperinflaciones.

La estabilidad podría perderse si se siguen esfumando las reservas internacionales por la incontinencia fiscal. Si las reservas caen a niveles peligrosamente bajos y se llega a tener que devaluar precipitadamente o se tenga que imponer controles de cambios, que darían lugar a mercados negros, la alta inflación podría resucitar.

Juan Antonio Morales es profesor emérito de la UCB y expresidente del BCB.

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